Sunday, April 27, 2008

La visita

Katharine Jones

Caminamos por un viejo camino de tierra en los bosques de New Hampshire. Es una seca primavera y el río a nuestro lado, que debería ser fuerte y estruendoso, está bajo y calmo este año. “Demasiados días secos,” digo. Mi padre sonríe un poco y mira más allá de mí, ignorando el indicio de melancolía que lo incomodo. Coloca una mano sobre su frente por un momento y luego comienza a sacar palabras de su almacén privado en el aire por encima de él. Como leyendo de un tomo favorito comienza,
“Margaret, ¿Estás lamentándote porque el Bosquecito Dorado se deshoja…?” Es la primera línea de un poema de Hopkins. En dichos momentos él habla con alusiones. Pero aún así, no está hablando, y no indagará más.
“Hojas, como las cosas del hombre…” digo, ofreciendo obedientemente la segunda línea del poema que luego él se deleitará en terminar. Es el juego que jugamos una vez que hemos agotado las noticias sobre los vecinos, y nos hemos despojado de los temas de actualidad como la guerra y el clima. Es la manera en la que lidiamos con las emociones: entreteniéndolas hasta el olvido. No hablamos como personas con conocimiento de los sueños y fracasos del otro; hablamos como personas en un programa de preguntas y respuestas sobre literatura.
El bosque se diluye y el camino se torna más ancho. Él va por el tercer poema. Quiero contarle sobre el año que he tenido. Cómo nada resultó del modo en que soñé. Cómo el hombre al que amé durante cinco años tiene miedo de todo en la vida, incluyéndome a mí. Cómo quiero un hijo más de lo que él lo ha querido jamás, y mientras que él tuvo cinco que no pudieron ser lo suficientemente silenciosos para él, lo suficientemente invisibles, yo estoy sola en una casa que reclama ruido todo el día. Quiero que me conozca como algo más que la hija con quien comparte su memoria por el lenguaje.
Apaciguando un poco el paso encuentra su siguiente poema. Sus elecciones son obvias, pero no creo que las oiga. Dramáticamente, bajo las ramas de los pinos, con un palo en la mano- y tal vez porque es primavera, tal vez porque él no sabe cuán profundo me toca- comienza en su voz más baja: “Abril es el mes más cruel; hace brotar lilas del interior de la tierra muerta…” Me tropiezo con una roca y su brazo está allí para agarrarme. Quiero que éste momento se convierta en nosotros: él atrapándome sin vacilación. En ese momento contemplo sus ojos e imagino que todo es posible.
“Todo es un lío,” digo.
“No,” dice él. “Éste lo sabes: “Mezclando la memoria y el deseo…”
“Cierto,” digo, cediendo el renglón, “Estremece las raíces marchitas con lluvia de primavera,” y me pregunto si alguna vez probaré que sé lo suficiente para él.
Esa tarde, confinados en la casa, haraganeamos en silencio. Es la noche anterior a mi partida y estamos esperando que la visita termine, en la manera en que las personas esperan un tren retrasado. “¿Te conté que el teatro de verano estrenará Lear la semana próxima?” me pregunta. Sentados uno en frente del otro, el amplio comedor, lleno de estantes de libros a ambos lados, de repente parece pequeño y restringido. Pero tan sólo es el aire entre nosotros, tenso como una cuerda. “Sabes, vi Hamlet el año pasado y fue tan buena como cualquier producción que haya visto en Stratford,” dice. Asiento con mi cabeza y pregunto qué día irá y quién lo acompañará. Pregunto como un reportero cuyas preguntas han sido aprobadas de antemano. Quiero preguntarle ¿Cómo ser una hija a la que él pueda hablarle? Quiero que él me diga cómo comenzar mi vida de nuevo. Me pregunto cómo un hombre que leyó El Rey Lear miles de veces, que disertó sobre los puntos más finos del mismo durante 30 años con estudiantes que lo trataban como a un dios, no puede hablarle a una hija que ruega ser escuchada.
Finalmente, saliéndome de entre las líneas, le digo, “Papá, tuve un mal año; necesito dejarlo”. Carraspea. “Bien,” dice intranquilo, “bien.” Y un silencio inmóvil brota de cada abertura en la habitación más rápido que cualquier palabra que pudiera detenerlo. El mira alrededor mío; mira a los costados, como si algo entre nosotros obstruyera su mirada. Y por un momento lo veo estirarse buscando palabras e imagino que se estirará a través de la mesa para encontrarme. Me imagino que en este momento todo acerca de nosotros cambiará. Le contaré todos problemas y él escuchará: entusiasmado, absorto. En este momento me convertiré en la narradora de la función a la que él esperó asistir todo el año, recitando cada doloroso momento en verso casi perfecto; estableciendo cada desengaño con las palabras adecuadas, el ritmo adecuado, hasta que se transforme en la historia de la cuál él no puede escapar, la historia que lo atrapa al momento de ser contada y lo trae de regreso una y otra vez. “Quiero saber más,” dirá él. “Cuéntamelo todo.”
“Bien,” dice, aclarándose la garganta. “Bien. Todos tenemos malos momentos,” dice. Luego, inclinando un poco su cabeza, comienza como un actor necesitado cuyo talento nunca puede ser admirado lo suficiente, “Mañana y mañana y mañana…” dice, mientras surge la luz, casi cegadora.


Traducido por Cintia Amorós

No comments: