Sunday, April 27, 2008

La buena tía

Tara Sullivan

No se elija la familia. Eso creía Heather, a pesar de los intentos rigurosos de su tío Tom. Y él había estado intentando por 25 anos desde que Heather tenía diez. En ese entonces tenia edad suficiente para saber que las hijas de él eran aun sus primas aunque las veía solo por casualidad en la casa de sus abuelos, pero era demasiado chica para entender porque ya no la invitaban a dormir a la casa de ellas o pasar una tarde en la pileta.
Girando la llave en la puerta, una carta guardada debajo la pera, bolsas de compra pesadas en sus dos manos, pensaba, se elige favoritos (ella era la favorita de su tía Angela) se elige quien será el padrino de los hijos (Tom era su padrino) y todos los demás son parientes y componen tu familia y no hay elecciones en eso.
Pero hubo elecciones en la familia de Heather. Heather quería creer que por la mayor parte de la familia esas elecciones fueron hechas no por cada uno de ellos sino por una persona en sus nombres. Pero ya no era más la ingenua nena que era cuando su tío Tom dejó de dirigirse la palabra a su tía Angela. La madre de Heather Marie, su tía Angela, sus otros dos tíos Mark y Paul, hasta su abuela tomaron lo que pareciera un juramento de lealtad ese día. Sus esposas y maridos formaron fila atrás, cada uno tomando una posición, y finalmente sus hijos también, uno por uno, hasta los catorce primos encontraron un lugar.
Parada en la entrada a su departamento, sus hijos demandando su atención, Heather sintió el peso de las elecciones de su familia y entendió en ese momento que esas decisiones en algun momento dejaron de ser tomados por otro sino por ella.
“Llegas tarde,” el marido de Heather le dijo, “ya está servida la cena.” La carta ahora en su cartera tendría que esperar hasta después de la cena, hasta después de terminar con el rito de baño, libro y cama con sus hijos. Heather vio desde el comedor la luz de la contestadora automática prendida y sabía que sería su madre, para hablar de la carta. Puede esperar, ella pensó. Todos podrían esperar. ¿Qué era un día más después de 25 años?


Ni familia, ni amiga. Tragó esas palabras con lo que quedaba de vino en su copa. “Sin pelear,” gritó por el pasillo, “Salgan de la bañera. Es hora de dormir”. No intentes a contactarme a ningun otro miembro de mi familia.
Su marido salió del baño, su hijo mayor envuelto en una toalla, sobre un hombro, “vos agarres a Sam?,” le pidió y después preguntó, “¿estás bien?” “Estoy viendo fantasmas,” contestó con una sonrisa débil. Heather sintió un poco de culpa. Él pensaría que ella se estaba refiriendo al tratamiento prolongado de quimioterapia de su hermana contra una enfermedad que se mostraba invencible. Heather sabía que no le iba pedir alguna explicación, no adelante de sus hijos. “Yo puedo hacer esto”, le dijo, dejando a Heather a escapar del papel de madre a cambio de unos roles que ya rara vez tomaba prioridad, los de hija y hermana. Él no sabía que los roles que más le pesaba en ese momento eran los que por tanto tiempo carecía de cualquier significado: sobrina, prima.
Aliviada de sus responsabilidades, se sentó a leer de nuevo la carta guardada en su cartera. Las palabras salieron de la hoja y apretaban a su corazón. Ella juró que su familia no sería más una de esas que sólo se junta porque alguien ha muerto.


Tom no había hablado con su hermana Angela desde la muerte de su padre, un acontecimiento que siguió por casualidad a la cosa que hizo Angela por lo cual su hermano la había desterrada. “Sos una perra yuna puta,” le dijo cuando le dio la espalda y cerró la puerta en su cara hace 25 años. Fue la última vez que se hablaron.
Nadie recordaba exactamente cuando fue esa última vez que se hablaron. Que se pelearon. “No soporto verte. Me das asco.” Pero fue en algun momento entre el último respiro de su padre y las primeras oraciones de su madre como una viuda, sentada en el comedor, con el rosario apretado fuerte, y aferrada a su fe que Dios la llevaría a ella pronto también. Fue de esas palabras, “sos una perra, nada más que una puta barrata,” que la madre de Heather, su tía, sus tíos, sus esposas y su abuela asumieron nuevos roles. Dejaron atrás las relaciones familiares que definieron su niñez, sus años de adolescencia y los primeros pasos a la edad adulta que cada uno estaba tomando cuando se morió su padre. Se casaron, abrazando las familias de sus nuevos esposos como si fueron sus propias. Tuvieron hijos. Crearon nuevas familias a reemplazar la que estaba envuelta en silencios incómodos y acusaciones no habladas.
Sin embargo eran atados uno al otro por un sentido primordial de familia de que ninguna elección podría liberarlos. Así para las fiestas Tom los llamó a marchar como leales soldados silenciosos en su cruzada a castigar a Angela. Cada ocasión especial se convirtió en una ocasión para Angela a recordarles a todos que ella estaba siendo castigada. Para algunos, Navidad con Angela significaba Día de gracias o Pascuas con Tom. Para la madre de Heather, cualquiera la ocasión especial pasada con Angela significaba ninguna celebración con Tom y su familia. Reuniones familiares eran una rareza, y para los almuerzos de los domingos rara vez había que poner la mesa grande del comedor que en el pasado nunca parecía suficientemente larga.
La última vez que se juntaron todos para la misa marcando los 25 años desde la muerte del abuelo de Heather. La abuela de Heather rezaba todas las noches, rogando a su marido muerto–solicitando la ayuda de Jesús y la virgen Maria—a convertirlos en una familia de Nuevo; no fue todo lo que pedía pero fue lo que se pudo hacer.
La misa fue en la iglesia de Mount Carmel del parte céntrico de Worcester, Massachusetts. Fue allí que sus cinco hijos recibieron su primera comunión, donde tres de ellos se casaron y después donde se bautizaron sus propios hijos. Fue donde ella aun cantaba en el coro, aunque le resultaba más y más difícil subir las escaleras hasta el balcón del primer piso y hacerse escuchar sobre las voces de las otras cantantes más jóvenes. Su familia entraron uno por uno a sentarse en una de las primeras cuatro bancos marcadas con arreglos de flores blancos: sus cinco hijos estaban, con sus maridos y esposas, sus 14 nietos (de los cuales diez nacieron después de la muerte de su marido a una familia ya divida y conquistada por el odio de Tom). Se sentaron juntos por la primera vez en 25 años.
Pero como tantas oraciones, la respuesta traería consecuencias no intencionales. Después Angela le diría a su hermana que no sabía que le pasó, culpando el espíritu de su padre para hacerla acercarse a Elizabeth, la hija menor de Tom, y dirigiéndose a Jim, el marido de Liz, dijo, “hola, soy la tía Angela de Elizabeth, no nos conocimos aun porque no fui invitada a tu casamiento.” (Únicamente Heather sabía que su abuela no había estado sola en sus promesas de sacrificios imposibles a cambio de la intervención de su abuelo.)
Liz no dijo nada. Jim no dijo nada. El silencio con que la saludaron tapaba el sonido de las campanas tocando. Angela después relataría que se fue porque nadie no dijo nada. Su hermana Marie fue incrédula, “¿Qué quiere decir que no reaccionaron? ¿Alguna reacción con la cara? ¿Parecían sorprendidos?” “No. Nada.” Las hermanas se burlaban que quizás no la oyeron. Intentaron a adivinar la reacción de pobre Jim a lo que parecía una parienta loca acercándose de esa manera. No se rieron sobre cuanto dolía ser ignorada aunque ambas sabían que Angela debiera estar acostumbrada. No hablaron de que podría significar el silencio de Elizabeth.
Tres semanas después Angela recibió una carta. Cuando vio la dirección en el sobre era de la oficina de abogacía de Tom, pensó que él quería hacer las paces. Quizás sus palabras no cayeron sobre oídos sordos se dijo abriendo la carta. Respiró hondo, y después exhalando despacio, se sintió optimista. Frunció los labios, a evitar que se formara una sonrisa. Con la esperanza de recuperar algo que por un largo tiempo creía que se perdió para siempre, luchó con el sobre. Su corazón corría. Forzó los ojos a descansar sobre la primera línea, “Angela, después de tantos años no lo creía necesario recordarte que perdiste todo derecho a dirigir la palabra a mi o mi familia.”
Se había equivocada. Le advirtió alejarse de él y de su familia. Nunca intentar a contactar a él o ningun otro miembro de su familia. Le escribió en la carta que ella no fue invitada porque invitaron únicamente a familia y a amigos. Ella no era ni familia ni amiga.
Angela leyó la carta docenas de veces; sola, sobre el hombro de su marido; a su hermana por teléfono; y volvió la sensación de paralización que siempre logró cuando una invitación no fue recibida ni recibió respuesta. Ella estaba acostumbrada a su reclamo, como un toque de artritis que heredó de su padre, molesto pero nada que requería que la tratara. Leyó la carta vez tras vez hasta un monitor de alta tecnología no habrá percibido ninguna diferencia si había recién terminado de leer una de esas historias verdaderas de Reader´s Digest, y podría finalmente negar con la cabeza como para decir, que terrible, gracias a dios que no soy yo.
En ese momento Angela fue a la casa de su madre, adormecida a las palabras odiosas en la hoja, “Tengo una sola hermana: Marie. Vos, Angela, no sos nada para mi.” Armada con esa carta, esa prueba, ella creía que su madre por fin se daría cuenta que no fue Angela misma quien era responsable por la división de 25 años que destruyó la familia. Su madre estaría forzada a ver que fue su Thomas. Porque, mientras las acusaciones injustas de su hermano fueron como cuerdas pesadas sobre sus hombros, rara vez se tensaban en un lazo, era la alianza de su madre a Tom que le envolvía, ahogándola hasta que no podría respirar.
La respuesta de la madre aunque no inesperada dolió. “Tom está muy dolorido por lo que hiciste”. Angela respondió, “esto no se trata de cómo se siente. No se trata de él. Esta carta es odiosa y fue escrita para dañarme”. Hubiera gritado, “Esto nunca se trató de Tom. No dejé a Tom. No me divorcié de Tom. Me divorcié de Andrew.” Pero eso ya se había dicho antes y la defensa de su madre de Tom era demasiado doloroso para Angela a endure una vez más.
Aunque la abuela de Heather quería reunir su familia, tenía que ser en sus términos que significaba que Angela tenía que arrepentirse. Ella siempre defendió a sus hijos, “los nenes” los llamaba, no importaba lo que decían, ni hacían, ni a que edad. Los tres tenían los cargos principales de mayor, del medio, y bebe. Las nenas, las ayudantes de mama, estaban entre cada uno, rellenando las cosas. Y nada de eso habrá importado mucho, simplemente cosas que suceden en familias católicas grandes, si Angela y Tom no se habían peleados. La línea que su madre había marcado tantos años antes cuando eran niños, como una maestra organizando sus alumnos, nenes a un lado, nenas al otro, de repente importó—y mucho.
No sólo que Angela era una nena, una hija, sino había fallado en la única cosa para lo cual fue criada para hacer con facilidad. Se casó con Andrew, el hermano de la mujer de Tom, a pesar de desaprobación de su madre y lo dejó, a pesar de las objeciones de su madre, ofendiendo su madre, Thomas, la mujer de Thomas y la familia de la mujer de Thomas, todos de los cuales ahora formaba su familia.
Después Angela volvió a casarse—en una simple ceremonia civil—y pronto se divorcio de él (cuyo nombre Heather no pudo recordar) y en hacer esto se ofendieron Dios y la abuela de Heather por una segunda vez. Su pecado original era suficiente para Thomas y su familia.
Como Angela, Heather también leyó y volvió a leer la carta, intentando a dar sentido a lo escrito pero a diferencia de su tía, ninguna sensación de anestesiado vino, sino una confusión que se transformó en una rabia indignada. Aunque escrito por su tío Tom, fue otra voz que escuchó Heather en la carta.
¿Por qué Elizabeth decidió provocar a Tom? ¿Qué le había dicho a su padre? Sin saber lo que dijo, lo dijo sabiendo que sus palabras le iba enrabiar, ¿o no? Preguntas giraban en la cabeza de Heather hasta que encontraron respuestas que hundieron pesadas en su interior. Elizabeth no quería una reconciliación de la familia. Ella aceptaba el resentimiento de su padre como propia. Elizabeth creía que Angela cometió alguna injusticia contra ella también.
Divorcio no era un pecado, nada que Heather o ninguno de sus pares condenaron. Sin embargo es lo que había destruido su familia. Heather jugó su papel por 25 años, un rol secundario que le requería que aceptara invitaciones cuando recibidas, no cuestionar cuando no llegaban y jamás mencionar el nombre de Angela cuando en la rara vez Heather fuera familia elegida por Tom. Ese papel fue escrito para ella por una generación mayor que adhería a reglas dictadas por una iglesia católica cuya amenaza de infierno y condenación eterna no asustaba como los titulares de todos los días que anunciaban crimen subiendo, calentamiento global y actos de terrorismo.


“Pero qué es lo que hizo tía Angela?,” Heather preguntó su mama por teléfono cuando se cansó de leer la carta.
Heather necesitaba una respuesta. La respuesta a una pregunta que tenía hace 25 años. Necesitaba la respuesta cuando durante el cumpleaños de siete años de Elizabeth—aunque ella misma tenía sólo diez años—ella sabía que algo había sucedido por lo cual ella sería silenciosamente castigada. Necesitaba esa respuesta cuando nunca más fue invitada a un cumpleaños y su tiempo con sus primos fue reducido a encuentros casuals en la casa de sus abuelos. Quería esa respuesta cuando no sabía que regalarle a su prima Elizabeth para su casamiento porque la única cosa de que era segura fue que su color favorito era violeta a los siete años. Y le quería dar la respuesta a su prima Sarah, la hermana de Elizabeth cuando Sarah le contó a Heather lo difícil que fue crecer sin familia siendo familia menos que su padre le dijera que sí. Heather quería explicarle porque tuvieron que sufrir la perdida de la otra—primas, coma una hermana más que una amiga. Esa respuesta era lo que Heather necesitaba para probar a Sarah que no fue culpa de ellas, a probar que su tío Tom se equivocó cuando intentó a elegir su familia. Pero no tuvo la respuesta. Y parecía que nadie en su familia la tenía.
La madre de Heather contestó en una voz distraída, “Ni Tom sabe.” Tío Paul era de la opinión que la mujer de Tom tenía la culpa. Tío Mark dijo que la madre de la mujer de Tom tenía la culpa. Pero eran respuestas filtradas por Angela y Marie, quien agregó, “Angela dijo una vez que fue porque ella hizo lo que él no pudo.” Palabras empapadas en lágrimas siguieron rápidamente y su madre lloró por una familia perdida, una hermana dolorida y un hermano robado de ella por su propio orgullo. Las nuevas respuestas arrastradas por el diluvio de las viejas una vez más.
Mientras que escuchaba a su madre, Heather sabía que no podría contar con ninguno de ellos—ni su madre, ni su tía, ni sus tíos—a levantar el peso aplastante de los años de su conflicto. Heather heredaría el anillo de compromiso de su abuela, uno de sus primos heredaría el escritorio de roble de su abuelo, hasta los fondos recaudados de la venta de la casa de los abuelos serían divididos entre los primos. Su herencia no incluiría perdón.
Heather dobló la carta y la guardó en su sobre. Se declaró en contra de Elizabeth siguiendo en los pasos de su padre. No permitiría que el conflicto de Angela y Tom se convirtiera en un conflicto entre ellas. Descubriría las respuestas que por tanto tiempo buscaba. Lo haría por sus hijos, en nombre de su hermana, y en memoria de su abuelo.
Heather comenzaría su investigación con Angela. Al principio, Angela evitaría sus preguntas. Angela prefería la sensación adormecida a lo cual se había acostumbrada al dolor que podría causar si el pasado fue mirado demasiado o si se hiciera demasiadas preguntas. Angela sabía algo que los demás no sabían. Sabía cuanto más dolor podría causar.
Y aunque sería evasiva, Heather se empeñaría. Y eventualmente, la resistencia de Angela se debilitaría. Se permitiría ser tentada y persuadida a nombrar a Heather como su sucesora.
Angela enseñaría a Heather cómo tragar el dolor que viene con el guardado de los secretos de familia. Tom la enseñaría a odiar por culpa de esos secretos.

Traducido del inglés por la autora.

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