Tuesday, April 21, 2009

Escritoras expatriadas en Buenos Aires lanzan su segunda antología en la 35ª Feria Internacional del Libro

Las autoras leerán de la Antología y darán dos conferencias
Buenos Aires, Argentina, 23 de abril al 11 de mayo, 2009 – Un grupo de escritoras expatriadas angloparlantes que viven en Buenos Aires lanzarán su segunda antología, titulada Thursdays@Three: Expat Writers in Buenos Aires en la 35ª Feria Internacional del Libro en el centro de exposiciones La Rural, Buenos Aires. La antología publicada en inglés incluye ficción corta, memoria, ensayos y poesía, sobre temas tan diversos como alpacas en una chacra inglesa, un funeral en Ghana, a comprar ropa interior en Buenos Aires. Las autoras se inspiraron en sus diversas experiencias de viaje, memorias de sus países de origen y sus vidas en la Argentina. Las autoras leerán de la antología y además darán dos conferencias: Cómo formar y mantener un grupo de escritores y Cómo escribir un guión. (Por favor véase el horario de eventos más abajo). Copias de la antología estarán disponibles en los eventos como obsequio y en el stand de la Embajada de los Estados Unidos. Copias disponibles de antemano bajo pedido.

Las autoras cuyas obras aparecerán en la antología son: Ambi Alexander, Amanda Fernandez, Sharon Haywood, Katharine Jones, Joanna Richardson, Tara Sullivan, Maryann Ullmann, y como autor invitado, Donald Ranard.

Horario de Lecturas y Conferencias:

Lecturas por las escritoras de Jueves a las Tres (en inglés)
Stand de La Embajada de EE.UU., Pabellón Amarillo, Calle 35, Stand 2023:
Sábado 25 de abril de 15 a 16 hs
Maryann Ullmann y Ambi Alexander
Domingo 26 abril de 18 a 19:30 hs
Amanda Fernandez, Katharine Jones y Tara Sullivan
Viernes 1 de mayo de 17 a 18 hs
Amanda Fernandez y Maryann Ullmann
Viernes 1 de mayo de 19 a 20:30 hs
Tara Sullivan, Katharine Jones y Ambi Alexander

Seminario: "Cómo escribir un guión" (en español)
Fecha y hora: sábado 25 de abril, 16 a 17hs
Ubicación: Sala D. F. Sarmiento, Pabellón Blanco
Participantes: Katharine Jones y Tara Sullivan
Descripción: Dos miembros del Jueves a las Tres (Thursdays@Three), un grupo de escritoras angloparlantes expatriadas que residen en Buenos Aires, presentarán los puntos claves para considerar al escribir un guión. Se discutirán los siguientes temas: cómo transformar una historia en un guión, estructura, qué hay que pedir a cada escena y cómo escribir diálogo que funcione y como identificar cuando no funciona.

Panel: "Cómo formar y mantener un grupo de escritores" (en español)
Fecha y hora: martes 5 de mayo, 16:30 a 17:30hs
Ubicación: Sala A. Storni, Pabellón Blanco
Participantes: Amanda Fernandez, Katharine Jones, Tara Sullivan, Sharon Haywood, Ambi Alexander y Maryann Ullmann
Descripción: Muchos escritores fortalecen su oficio participando en grupos de escritores que son diferentes en su estructura al formato local del “taller literario”. Miembros de Jueves a las Tres, un grupo de siete escritoras extranjeras que residen en Buenos Aires, hablarán sobre cómo formar y desarrollar un grupo liderado por pares, incluyendo pautas para crítica, estructura grupal, membresía y objetivos grupales.

Para información adicional, por favor contáctese con Tara Sullivan o Maryann Ullmann, y véase el blog www.thursdaysatthree.blogspot.com (en inglés) o www.juevesalastres.blogspot.com (en español). Para información adicional sobre la feria del libro visite: www.el-libro.org.ar.

Sobre Jueves a las Tres (Thursdays@Three) – Jueves a las Tres (Thursdays@Three) es un grupo de siete escritoras angloparlantes expatriadas que se reúnen semanalmente para compartir y criticar sus obras y desarrollar su oficio.

Para mayor información: Tara Sullivan
Jueves a las Tres (Thursdays @Three) Grupo de Escritores
Tel: 6380 0450
Celular: 15 5403 6629
E-mail: sullivan.taraann@gmail.com

Maryann Ullmann
Jueves a las Tres (Thursdays @Three) Grupo de Escritores
Celular: 15 6875 4407
E-mail: writersinba@gmail.com

Tuesday, May 27, 2008

Homo Boludis

Un sub-especie de homo sapiens, se reconoce el vulgar homo boludis por uno o cualquiera de los siguientes rasgos distintivos:
1. se mueve en pequeños grupos – entre 3 y 10, de acuerdo a la hora del día;
2. los pequeños grupos siempre son del mismo género;
3. cada género tiene un comportamiento claramente definido: la hembra se agrupa en pequeños círculos; suele pasar el tiempo peinándose ó acomodándose, ó comprando nuevos ítems: el macho, en cambio, se dedica a tirar un pequeño objeto inflado, generalmente hecho de materiales artificiales, en un juego que parece tener reglas claras. Es claro que ambos géneros se comportan para atraer al otro.

Uno de los rasgos más distintivos de la sub-especie es su llamado epónimo: “Boludo/a” es la llamada que se escucha con más frecuencia cerca de las zonas donde anida. Aparentemente son especimenes no identificados que solo responden a esta llamada- por ende su nombre científico, que le ha sido puesto por el finado zoólogo Magnus Magnusson.

Plumaje: el macho lleva el cabello largo y usa malla baja. La hembra suele sacudir frecuentemente sus trenzas largas y usa dos tiras angostas de tela para tapar pechos y nalgas, a este última le tira periódicamente.

Costumbres: se levanta tarde y se junta en playas calidas durante el verano, aunque suele ser más bien nocturno; toma abundante bebida blanca, fuma palos de nicotina y come poco. No es peligroso a otras especies y raramente interactúa con homo sapiens. Si lo ve, acercarse viento arriba con precaución.

Chances de supervivencia: aunque aparentemente no tiene ningún peligro de extinción, como no tiene ni hijos ni padres, es un misterio como seguirá reproduciéndose en el futuro. Se recomienda más investigación sobre este punto.


Joanna Richardson

Wednesday, May 7, 2008

Recursos del escritor por Internet

El 7 de mayo de 2008 en la 34.a Feria Internacional del Libro de Buenos Aires los miembros de "Los jueves a las tres" presentaron un taller junto con la embajada de los Estados Unidos, denominado "Cómo usar Internet para comenzar una carrera de escritor." Más abajo hay recursos que fueron mencionados en el mismo y además encontrará más sitios de Web útiles.
















RECURSOS DEL ESCRITOR:

Escritores.org
www.escritores.org
Recursos para escritores, talleres, concursos y más.

Blog Escritores
www.escritores.wordpress.com
Noticias literarias, concursos literarios y recursos del escritor.

BLOG:

Blogger.com
www.blogger.com
Cree un blog gratis.

BECAS:

Becas.com
www.becas.com
Busca “artes y letras” y “literature y poesia”

Diario C
Becas para artistas y escritores del interior del pais
www.diarioc.com.ar/inf_general/id/88992

REVISTAS LITERARIAS:

Casa Escritura
www.casaescritura.com/revistasliterarias1
Guía de revistas literarias.

Literatura Argentina
www.literatura.org
Pagina de literature argentina contemporánea.

Esritores.cl
www.escritores.cl/base.php?f1=varios/concursos.htm
Literatura chilena con oportunidades de concursos.

CONCURSOS:

Concurso Premio Emecé
www.premioemece.com
Concurso de novelas.

Turismo Puebla
www.turismopuebla.com/index.php?option=com_content&view=article&id=86:concurso-de-cuento&catid=37:culturales&Itemid=58
Concursos de cuento Latinoamericana y de Lenguas Indígenas

Autores de Argentina
www.autoresdeargentina.com/contenidos/concursosliterarios.aspx
Concursos literarios.

Centro Poetico
www.centropoetico.com
Concurso de Poesía y guía de revistas literarias.

Mas recursos del escritor en ingles están en la página: www.thursdaysatthree.blogspot.com

Sunday, April 27, 2008

Introducción

Suzanne LaGrande

Hace poco tuve la oportunidad de visitar el Museo de Escritores en Dublín, Irlanda y allí me impresionó mucho el hecho que, con la excepción de William Butler Yeats, la mayoría de los escritores irlandeses, incluyendo a George Bernard Shaw, Oscar Wilde, Samuel Beckett y James Joyce, eran expatriados. ¿Me pregunté si hubieran podido escribir con tanta verdad si se hubieran quedado en su propio país? ¿Hubieran siquiera sido escritores? tal vez sea un requisito necesario viajar y poner un poco de distancia para poder escribir sobre el lugar y la gente dónde te criaste. ¿Cómo se enriquece la perspectiva de un artista por lo vivido en su niñez, pero también por la experiencia de irse y vivir en una cultura ó lugar muy diferente del “hogar” que conoce?
Se puede situar muchos movimientos literarios a lugares geo-físicos donde escritores e artistas se congregaban para intercambiar ideas y buscar inspiración: el Renacimiento de Harlem en Nueva York en los años ’20, la Generación Perdida de París en los ’30, los Poetas “Beat” de San Francisco de los ’60. ¿Será coincidencia que muchos de esos escritores, poetas e artistas que se reunieron no eran oriundos de esos lugares, pero venían de otros? No lo creo.
Siguiendo esta tradición de escritores expatriados les presento esta colección escrito por personas de habla inglesa y expatriados viviendo en Buenos Aires. En la primavera del 2007, se convocaron para participar en “Caos Creativo” un taller de escritura creativa que dura 12 semanas que yo doy en inglés. El grupo era exclusivamente femenino, algunas de Inglaterra, una de Canadá, la mayoría de los Estados Unidos y una de Buenos Aires; algunas vivían momentáneamente en Buenos Aires y otras habían sido residentes durante años, una por 23 años. Cada semana nos reunimos para compartir y criticar el trabajo de cada una, leer y discutir el trabajo de escritores contemporáneos y mirar como nuevas obras y fuerzas evolucionaban.
Fui responsable de crear este contexto y lugar para las reuniones de los escritores. Semana tras semana, cada escritor se arriesgaba probando nuevos desafíos, y expresaba pensamientos y sentimientos que no habían tenido voz antes. Los escritores se reunían a pesar de las exigencias laborales, de pareja y de sus hijos (una nació durante la edición de este libro).
Aún cuando terminase el taller se seguían reuniendo, seguían compartiendo sus trabajos y seguían criticando, re-escribiendo y batallando – porque es una batalla – hacia la expresión de su trabajo. Woody Allen dice que el ochenta por ciento del éxito se debe a asistir. Lo que están por leer es el resultado, no sólo de la creatividad de estos escritores, pero de su trabajo y sobre todo, de su voluntad de asistir. Espero que disfruten estos nuevos trabajos por escritores expatriados en Buenos Aires y también que se deslumbren, como me paso a mí, el compromiso, coraje y creatividad que trasfonda el trabajo que hizo posible estos escritos.

La visita

Katharine Jones

Caminamos por un viejo camino de tierra en los bosques de New Hampshire. Es una seca primavera y el río a nuestro lado, que debería ser fuerte y estruendoso, está bajo y calmo este año. “Demasiados días secos,” digo. Mi padre sonríe un poco y mira más allá de mí, ignorando el indicio de melancolía que lo incomodo. Coloca una mano sobre su frente por un momento y luego comienza a sacar palabras de su almacén privado en el aire por encima de él. Como leyendo de un tomo favorito comienza,
“Margaret, ¿Estás lamentándote porque el Bosquecito Dorado se deshoja…?” Es la primera línea de un poema de Hopkins. En dichos momentos él habla con alusiones. Pero aún así, no está hablando, y no indagará más.
“Hojas, como las cosas del hombre…” digo, ofreciendo obedientemente la segunda línea del poema que luego él se deleitará en terminar. Es el juego que jugamos una vez que hemos agotado las noticias sobre los vecinos, y nos hemos despojado de los temas de actualidad como la guerra y el clima. Es la manera en la que lidiamos con las emociones: entreteniéndolas hasta el olvido. No hablamos como personas con conocimiento de los sueños y fracasos del otro; hablamos como personas en un programa de preguntas y respuestas sobre literatura.
El bosque se diluye y el camino se torna más ancho. Él va por el tercer poema. Quiero contarle sobre el año que he tenido. Cómo nada resultó del modo en que soñé. Cómo el hombre al que amé durante cinco años tiene miedo de todo en la vida, incluyéndome a mí. Cómo quiero un hijo más de lo que él lo ha querido jamás, y mientras que él tuvo cinco que no pudieron ser lo suficientemente silenciosos para él, lo suficientemente invisibles, yo estoy sola en una casa que reclama ruido todo el día. Quiero que me conozca como algo más que la hija con quien comparte su memoria por el lenguaje.
Apaciguando un poco el paso encuentra su siguiente poema. Sus elecciones son obvias, pero no creo que las oiga. Dramáticamente, bajo las ramas de los pinos, con un palo en la mano- y tal vez porque es primavera, tal vez porque él no sabe cuán profundo me toca- comienza en su voz más baja: “Abril es el mes más cruel; hace brotar lilas del interior de la tierra muerta…” Me tropiezo con una roca y su brazo está allí para agarrarme. Quiero que éste momento se convierta en nosotros: él atrapándome sin vacilación. En ese momento contemplo sus ojos e imagino que todo es posible.
“Todo es un lío,” digo.
“No,” dice él. “Éste lo sabes: “Mezclando la memoria y el deseo…”
“Cierto,” digo, cediendo el renglón, “Estremece las raíces marchitas con lluvia de primavera,” y me pregunto si alguna vez probaré que sé lo suficiente para él.
Esa tarde, confinados en la casa, haraganeamos en silencio. Es la noche anterior a mi partida y estamos esperando que la visita termine, en la manera en que las personas esperan un tren retrasado. “¿Te conté que el teatro de verano estrenará Lear la semana próxima?” me pregunta. Sentados uno en frente del otro, el amplio comedor, lleno de estantes de libros a ambos lados, de repente parece pequeño y restringido. Pero tan sólo es el aire entre nosotros, tenso como una cuerda. “Sabes, vi Hamlet el año pasado y fue tan buena como cualquier producción que haya visto en Stratford,” dice. Asiento con mi cabeza y pregunto qué día irá y quién lo acompañará. Pregunto como un reportero cuyas preguntas han sido aprobadas de antemano. Quiero preguntarle ¿Cómo ser una hija a la que él pueda hablarle? Quiero que él me diga cómo comenzar mi vida de nuevo. Me pregunto cómo un hombre que leyó El Rey Lear miles de veces, que disertó sobre los puntos más finos del mismo durante 30 años con estudiantes que lo trataban como a un dios, no puede hablarle a una hija que ruega ser escuchada.
Finalmente, saliéndome de entre las líneas, le digo, “Papá, tuve un mal año; necesito dejarlo”. Carraspea. “Bien,” dice intranquilo, “bien.” Y un silencio inmóvil brota de cada abertura en la habitación más rápido que cualquier palabra que pudiera detenerlo. El mira alrededor mío; mira a los costados, como si algo entre nosotros obstruyera su mirada. Y por un momento lo veo estirarse buscando palabras e imagino que se estirará a través de la mesa para encontrarme. Me imagino que en este momento todo acerca de nosotros cambiará. Le contaré todos problemas y él escuchará: entusiasmado, absorto. En este momento me convertiré en la narradora de la función a la que él esperó asistir todo el año, recitando cada doloroso momento en verso casi perfecto; estableciendo cada desengaño con las palabras adecuadas, el ritmo adecuado, hasta que se transforme en la historia de la cuál él no puede escapar, la historia que lo atrapa al momento de ser contada y lo trae de regreso una y otra vez. “Quiero saber más,” dirá él. “Cuéntamelo todo.”
“Bien,” dice, aclarándose la garganta. “Bien. Todos tenemos malos momentos,” dice. Luego, inclinando un poco su cabeza, comienza como un actor necesitado cuyo talento nunca puede ser admirado lo suficiente, “Mañana y mañana y mañana…” dice, mientras surge la luz, casi cegadora.


Traducido por Cintia Amorós

La buena tía

Tara Sullivan

No se elija la familia. Eso creía Heather, a pesar de los intentos rigurosos de su tío Tom. Y él había estado intentando por 25 anos desde que Heather tenía diez. En ese entonces tenia edad suficiente para saber que las hijas de él eran aun sus primas aunque las veía solo por casualidad en la casa de sus abuelos, pero era demasiado chica para entender porque ya no la invitaban a dormir a la casa de ellas o pasar una tarde en la pileta.
Girando la llave en la puerta, una carta guardada debajo la pera, bolsas de compra pesadas en sus dos manos, pensaba, se elige favoritos (ella era la favorita de su tía Angela) se elige quien será el padrino de los hijos (Tom era su padrino) y todos los demás son parientes y componen tu familia y no hay elecciones en eso.
Pero hubo elecciones en la familia de Heather. Heather quería creer que por la mayor parte de la familia esas elecciones fueron hechas no por cada uno de ellos sino por una persona en sus nombres. Pero ya no era más la ingenua nena que era cuando su tío Tom dejó de dirigirse la palabra a su tía Angela. La madre de Heather Marie, su tía Angela, sus otros dos tíos Mark y Paul, hasta su abuela tomaron lo que pareciera un juramento de lealtad ese día. Sus esposas y maridos formaron fila atrás, cada uno tomando una posición, y finalmente sus hijos también, uno por uno, hasta los catorce primos encontraron un lugar.
Parada en la entrada a su departamento, sus hijos demandando su atención, Heather sintió el peso de las elecciones de su familia y entendió en ese momento que esas decisiones en algun momento dejaron de ser tomados por otro sino por ella.
“Llegas tarde,” el marido de Heather le dijo, “ya está servida la cena.” La carta ahora en su cartera tendría que esperar hasta después de la cena, hasta después de terminar con el rito de baño, libro y cama con sus hijos. Heather vio desde el comedor la luz de la contestadora automática prendida y sabía que sería su madre, para hablar de la carta. Puede esperar, ella pensó. Todos podrían esperar. ¿Qué era un día más después de 25 años?


Ni familia, ni amiga. Tragó esas palabras con lo que quedaba de vino en su copa. “Sin pelear,” gritó por el pasillo, “Salgan de la bañera. Es hora de dormir”. No intentes a contactarme a ningun otro miembro de mi familia.
Su marido salió del baño, su hijo mayor envuelto en una toalla, sobre un hombro, “vos agarres a Sam?,” le pidió y después preguntó, “¿estás bien?” “Estoy viendo fantasmas,” contestó con una sonrisa débil. Heather sintió un poco de culpa. Él pensaría que ella se estaba refiriendo al tratamiento prolongado de quimioterapia de su hermana contra una enfermedad que se mostraba invencible. Heather sabía que no le iba pedir alguna explicación, no adelante de sus hijos. “Yo puedo hacer esto”, le dijo, dejando a Heather a escapar del papel de madre a cambio de unos roles que ya rara vez tomaba prioridad, los de hija y hermana. Él no sabía que los roles que más le pesaba en ese momento eran los que por tanto tiempo carecía de cualquier significado: sobrina, prima.
Aliviada de sus responsabilidades, se sentó a leer de nuevo la carta guardada en su cartera. Las palabras salieron de la hoja y apretaban a su corazón. Ella juró que su familia no sería más una de esas que sólo se junta porque alguien ha muerto.


Tom no había hablado con su hermana Angela desde la muerte de su padre, un acontecimiento que siguió por casualidad a la cosa que hizo Angela por lo cual su hermano la había desterrada. “Sos una perra yuna puta,” le dijo cuando le dio la espalda y cerró la puerta en su cara hace 25 años. Fue la última vez que se hablaron.
Nadie recordaba exactamente cuando fue esa última vez que se hablaron. Que se pelearon. “No soporto verte. Me das asco.” Pero fue en algun momento entre el último respiro de su padre y las primeras oraciones de su madre como una viuda, sentada en el comedor, con el rosario apretado fuerte, y aferrada a su fe que Dios la llevaría a ella pronto también. Fue de esas palabras, “sos una perra, nada más que una puta barrata,” que la madre de Heather, su tía, sus tíos, sus esposas y su abuela asumieron nuevos roles. Dejaron atrás las relaciones familiares que definieron su niñez, sus años de adolescencia y los primeros pasos a la edad adulta que cada uno estaba tomando cuando se morió su padre. Se casaron, abrazando las familias de sus nuevos esposos como si fueron sus propias. Tuvieron hijos. Crearon nuevas familias a reemplazar la que estaba envuelta en silencios incómodos y acusaciones no habladas.
Sin embargo eran atados uno al otro por un sentido primordial de familia de que ninguna elección podría liberarlos. Así para las fiestas Tom los llamó a marchar como leales soldados silenciosos en su cruzada a castigar a Angela. Cada ocasión especial se convirtió en una ocasión para Angela a recordarles a todos que ella estaba siendo castigada. Para algunos, Navidad con Angela significaba Día de gracias o Pascuas con Tom. Para la madre de Heather, cualquiera la ocasión especial pasada con Angela significaba ninguna celebración con Tom y su familia. Reuniones familiares eran una rareza, y para los almuerzos de los domingos rara vez había que poner la mesa grande del comedor que en el pasado nunca parecía suficientemente larga.
La última vez que se juntaron todos para la misa marcando los 25 años desde la muerte del abuelo de Heather. La abuela de Heather rezaba todas las noches, rogando a su marido muerto–solicitando la ayuda de Jesús y la virgen Maria—a convertirlos en una familia de Nuevo; no fue todo lo que pedía pero fue lo que se pudo hacer.
La misa fue en la iglesia de Mount Carmel del parte céntrico de Worcester, Massachusetts. Fue allí que sus cinco hijos recibieron su primera comunión, donde tres de ellos se casaron y después donde se bautizaron sus propios hijos. Fue donde ella aun cantaba en el coro, aunque le resultaba más y más difícil subir las escaleras hasta el balcón del primer piso y hacerse escuchar sobre las voces de las otras cantantes más jóvenes. Su familia entraron uno por uno a sentarse en una de las primeras cuatro bancos marcadas con arreglos de flores blancos: sus cinco hijos estaban, con sus maridos y esposas, sus 14 nietos (de los cuales diez nacieron después de la muerte de su marido a una familia ya divida y conquistada por el odio de Tom). Se sentaron juntos por la primera vez en 25 años.
Pero como tantas oraciones, la respuesta traería consecuencias no intencionales. Después Angela le diría a su hermana que no sabía que le pasó, culpando el espíritu de su padre para hacerla acercarse a Elizabeth, la hija menor de Tom, y dirigiéndose a Jim, el marido de Liz, dijo, “hola, soy la tía Angela de Elizabeth, no nos conocimos aun porque no fui invitada a tu casamiento.” (Únicamente Heather sabía que su abuela no había estado sola en sus promesas de sacrificios imposibles a cambio de la intervención de su abuelo.)
Liz no dijo nada. Jim no dijo nada. El silencio con que la saludaron tapaba el sonido de las campanas tocando. Angela después relataría que se fue porque nadie no dijo nada. Su hermana Marie fue incrédula, “¿Qué quiere decir que no reaccionaron? ¿Alguna reacción con la cara? ¿Parecían sorprendidos?” “No. Nada.” Las hermanas se burlaban que quizás no la oyeron. Intentaron a adivinar la reacción de pobre Jim a lo que parecía una parienta loca acercándose de esa manera. No se rieron sobre cuanto dolía ser ignorada aunque ambas sabían que Angela debiera estar acostumbrada. No hablaron de que podría significar el silencio de Elizabeth.
Tres semanas después Angela recibió una carta. Cuando vio la dirección en el sobre era de la oficina de abogacía de Tom, pensó que él quería hacer las paces. Quizás sus palabras no cayeron sobre oídos sordos se dijo abriendo la carta. Respiró hondo, y después exhalando despacio, se sintió optimista. Frunció los labios, a evitar que se formara una sonrisa. Con la esperanza de recuperar algo que por un largo tiempo creía que se perdió para siempre, luchó con el sobre. Su corazón corría. Forzó los ojos a descansar sobre la primera línea, “Angela, después de tantos años no lo creía necesario recordarte que perdiste todo derecho a dirigir la palabra a mi o mi familia.”
Se había equivocada. Le advirtió alejarse de él y de su familia. Nunca intentar a contactar a él o ningun otro miembro de su familia. Le escribió en la carta que ella no fue invitada porque invitaron únicamente a familia y a amigos. Ella no era ni familia ni amiga.
Angela leyó la carta docenas de veces; sola, sobre el hombro de su marido; a su hermana por teléfono; y volvió la sensación de paralización que siempre logró cuando una invitación no fue recibida ni recibió respuesta. Ella estaba acostumbrada a su reclamo, como un toque de artritis que heredó de su padre, molesto pero nada que requería que la tratara. Leyó la carta vez tras vez hasta un monitor de alta tecnología no habrá percibido ninguna diferencia si había recién terminado de leer una de esas historias verdaderas de Reader´s Digest, y podría finalmente negar con la cabeza como para decir, que terrible, gracias a dios que no soy yo.
En ese momento Angela fue a la casa de su madre, adormecida a las palabras odiosas en la hoja, “Tengo una sola hermana: Marie. Vos, Angela, no sos nada para mi.” Armada con esa carta, esa prueba, ella creía que su madre por fin se daría cuenta que no fue Angela misma quien era responsable por la división de 25 años que destruyó la familia. Su madre estaría forzada a ver que fue su Thomas. Porque, mientras las acusaciones injustas de su hermano fueron como cuerdas pesadas sobre sus hombros, rara vez se tensaban en un lazo, era la alianza de su madre a Tom que le envolvía, ahogándola hasta que no podría respirar.
La respuesta de la madre aunque no inesperada dolió. “Tom está muy dolorido por lo que hiciste”. Angela respondió, “esto no se trata de cómo se siente. No se trata de él. Esta carta es odiosa y fue escrita para dañarme”. Hubiera gritado, “Esto nunca se trató de Tom. No dejé a Tom. No me divorcié de Tom. Me divorcié de Andrew.” Pero eso ya se había dicho antes y la defensa de su madre de Tom era demasiado doloroso para Angela a endure una vez más.
Aunque la abuela de Heather quería reunir su familia, tenía que ser en sus términos que significaba que Angela tenía que arrepentirse. Ella siempre defendió a sus hijos, “los nenes” los llamaba, no importaba lo que decían, ni hacían, ni a que edad. Los tres tenían los cargos principales de mayor, del medio, y bebe. Las nenas, las ayudantes de mama, estaban entre cada uno, rellenando las cosas. Y nada de eso habrá importado mucho, simplemente cosas que suceden en familias católicas grandes, si Angela y Tom no se habían peleados. La línea que su madre había marcado tantos años antes cuando eran niños, como una maestra organizando sus alumnos, nenes a un lado, nenas al otro, de repente importó—y mucho.
No sólo que Angela era una nena, una hija, sino había fallado en la única cosa para lo cual fue criada para hacer con facilidad. Se casó con Andrew, el hermano de la mujer de Tom, a pesar de desaprobación de su madre y lo dejó, a pesar de las objeciones de su madre, ofendiendo su madre, Thomas, la mujer de Thomas y la familia de la mujer de Thomas, todos de los cuales ahora formaba su familia.
Después Angela volvió a casarse—en una simple ceremonia civil—y pronto se divorcio de él (cuyo nombre Heather no pudo recordar) y en hacer esto se ofendieron Dios y la abuela de Heather por una segunda vez. Su pecado original era suficiente para Thomas y su familia.
Como Angela, Heather también leyó y volvió a leer la carta, intentando a dar sentido a lo escrito pero a diferencia de su tía, ninguna sensación de anestesiado vino, sino una confusión que se transformó en una rabia indignada. Aunque escrito por su tío Tom, fue otra voz que escuchó Heather en la carta.
¿Por qué Elizabeth decidió provocar a Tom? ¿Qué le había dicho a su padre? Sin saber lo que dijo, lo dijo sabiendo que sus palabras le iba enrabiar, ¿o no? Preguntas giraban en la cabeza de Heather hasta que encontraron respuestas que hundieron pesadas en su interior. Elizabeth no quería una reconciliación de la familia. Ella aceptaba el resentimiento de su padre como propia. Elizabeth creía que Angela cometió alguna injusticia contra ella también.
Divorcio no era un pecado, nada que Heather o ninguno de sus pares condenaron. Sin embargo es lo que había destruido su familia. Heather jugó su papel por 25 años, un rol secundario que le requería que aceptara invitaciones cuando recibidas, no cuestionar cuando no llegaban y jamás mencionar el nombre de Angela cuando en la rara vez Heather fuera familia elegida por Tom. Ese papel fue escrito para ella por una generación mayor que adhería a reglas dictadas por una iglesia católica cuya amenaza de infierno y condenación eterna no asustaba como los titulares de todos los días que anunciaban crimen subiendo, calentamiento global y actos de terrorismo.


“Pero qué es lo que hizo tía Angela?,” Heather preguntó su mama por teléfono cuando se cansó de leer la carta.
Heather necesitaba una respuesta. La respuesta a una pregunta que tenía hace 25 años. Necesitaba la respuesta cuando durante el cumpleaños de siete años de Elizabeth—aunque ella misma tenía sólo diez años—ella sabía que algo había sucedido por lo cual ella sería silenciosamente castigada. Necesitaba esa respuesta cuando nunca más fue invitada a un cumpleaños y su tiempo con sus primos fue reducido a encuentros casuals en la casa de sus abuelos. Quería esa respuesta cuando no sabía que regalarle a su prima Elizabeth para su casamiento porque la única cosa de que era segura fue que su color favorito era violeta a los siete años. Y le quería dar la respuesta a su prima Sarah, la hermana de Elizabeth cuando Sarah le contó a Heather lo difícil que fue crecer sin familia siendo familia menos que su padre le dijera que sí. Heather quería explicarle porque tuvieron que sufrir la perdida de la otra—primas, coma una hermana más que una amiga. Esa respuesta era lo que Heather necesitaba para probar a Sarah que no fue culpa de ellas, a probar que su tío Tom se equivocó cuando intentó a elegir su familia. Pero no tuvo la respuesta. Y parecía que nadie en su familia la tenía.
La madre de Heather contestó en una voz distraída, “Ni Tom sabe.” Tío Paul era de la opinión que la mujer de Tom tenía la culpa. Tío Mark dijo que la madre de la mujer de Tom tenía la culpa. Pero eran respuestas filtradas por Angela y Marie, quien agregó, “Angela dijo una vez que fue porque ella hizo lo que él no pudo.” Palabras empapadas en lágrimas siguieron rápidamente y su madre lloró por una familia perdida, una hermana dolorida y un hermano robado de ella por su propio orgullo. Las nuevas respuestas arrastradas por el diluvio de las viejas una vez más.
Mientras que escuchaba a su madre, Heather sabía que no podría contar con ninguno de ellos—ni su madre, ni su tía, ni sus tíos—a levantar el peso aplastante de los años de su conflicto. Heather heredaría el anillo de compromiso de su abuela, uno de sus primos heredaría el escritorio de roble de su abuelo, hasta los fondos recaudados de la venta de la casa de los abuelos serían divididos entre los primos. Su herencia no incluiría perdón.
Heather dobló la carta y la guardó en su sobre. Se declaró en contra de Elizabeth siguiendo en los pasos de su padre. No permitiría que el conflicto de Angela y Tom se convirtiera en un conflicto entre ellas. Descubriría las respuestas que por tanto tiempo buscaba. Lo haría por sus hijos, en nombre de su hermana, y en memoria de su abuelo.
Heather comenzaría su investigación con Angela. Al principio, Angela evitaría sus preguntas. Angela prefería la sensación adormecida a lo cual se había acostumbrada al dolor que podría causar si el pasado fue mirado demasiado o si se hiciera demasiadas preguntas. Angela sabía algo que los demás no sabían. Sabía cuanto más dolor podría causar.
Y aunque sería evasiva, Heather se empeñaría. Y eventualmente, la resistencia de Angela se debilitaría. Se permitiría ser tentada y persuadida a nombrar a Heather como su sucesora.
Angela enseñaría a Heather cómo tragar el dolor que viene con el guardado de los secretos de familia. Tom la enseñaría a odiar por culpa de esos secretos.

Traducido del inglés por la autora.

Cuentos de Ghana

Amanda Fernández
Vivimos en la sección de Accra llamada Labone. A mi esposo y a mí nos gusta imitar al difunto cómico norteamericano Chris Farley del programa Saturday Night Live, y llamarlo “The bone”. Sin embargo, se pronuncia LaBONEee y todo el mundo se da cuenta que eres un recién llegado al país si lo pronuncias como lo hubiera hecho Chris Farley.
Caminando, nuestra casa queda a solo quince minutos de la oficina de mi esposo en la embajada americana, una caminata que él jamás haría vestida de traje y corbata. Si intentara hacerlo, llegaría como si se hubiera bañado con todo y ropa. No tenemos una conexión al Internet, televisión con cable o un periódico entregado a la casa, así que no hay manera fácil de averiguar la temperatura exacta. Me asomo afuera y comparo el tiempo, no muy científicamente, con otros lugares que he visitado. - Hoy se siente más pesado y más opresivo que un día de verano de Washington, D.C.; no tan caliente como Puerto Rico en septiembre; más bien como Nuevo Orleans en agosto.
Estamos disfrutando de en Accra, por lo menos en los últimos días. Esto ha significado un 90% de humedad con temperaturas fluctuando alrededor de los 90 grados F, con un sol brillante en medio de un cielo sin nubes desde las 6:00 A.M hasta las 6:00 P.M. Si esta estación es la más fresca, me pregunto cómo voy a sobrevivir la estación de calor.
La casa que nos han asignado es mucho más grande que a lo que estamos acostumbrados, habiendo vivido más recientemente en Boston, y antes de eso en Washington, D.C. Tiene dos pisos, cuatro dormitorios, cada uno con su baño completo, una cocina enorme, sala y comedor. También hay garaje separado con vivienda para sirvientes y entrada para coches y un jardín, todo cercado por una muralla de tres metros de alto con alambre de navaja y pedazos de vidrio decorando la parte superior. El diseño de la casa es un poco raro; la puerta de entrada corrediza es de cristal, y nuestro dormitorio tiene una ventana encima de la cama desde la cual se puede observar el comedor de la planta baja. ¿Qué podría haber estado pensando el arquitecto? — ¿Mejor para verte comiendo, mi amor? — Todos los pisos son de azulejo blanco, y cualquier sonido se oye por toda la casa porque hay pocos muebles.
Tenemos vecinos a ambos lados de la casa, dos al frente y dos atrás. Al parecer, los vecinos del frente viven más o menos como nosotros, económicamente hablando. Sus casas están recién pintadas y bien mantenidas y son de dos pisos de concreto, diseñadas al estilo del Occidente, de aproximadamente 2.500 pies cuadrados. Están rodeadas por césped bien mantenido, con muchos árboles altos, palmeras, flores y garajes llenos de coches de lujo y vehículos deportivos. Afuera de estas casas hay tanques de goma para guardar agua, plantas eléctricas, otros tanques de metal para el agua encima de unas torres de 30 pies de alto, para garantizar que haya suficiente agua. También guardias de seguridad las 24 horas del día, alarmas para la casa, y alambre de navaja encima de las murallas que separan nuestras propiedades.
Las dos casas que se encuentran en la parte de atrás, son más típicamente ghanesas, donde una familia extendida vive, todos juntos en la misma casa, pasando la mayoría del tiempo fuera de la misma. Estas casas también son modernas y de dos pisos, y en algún momento tal vez se veían como la nuestra, pero no han sido pintadas desde hace mucho tiempo. Las paredes de las casas tienen grietas. Los portones están oxidados y rotos. Estas casas no tienen torres para el almacenaje de agua, plantas eléctricas, aire acondicionado, guardias, murallas de seguridad, ni alarmas. Originalmente construidas con baños y cocinas conectadas al servicio de agua, ese servicio no se usa mucho ahora. Las —unas estufas de carbón para quemar leña encima de un hoyo en la tierra—, se encuentran afuera al aire libre donde cocinan las mujeres y las niñas. Todos comen afuera también, debajo de unos techos de metal al lado de las casas. El calor en las casas de nuestro barrio es sofocante sin aire acondicionado; la mayoría de las casas están construidas de ladrillo, con muy pocas ventanas y techos de hojalata. Con el sol azotando 12 horas al día, se calientan como hornos solares. Los vecinos de atrás se bañan y hacen sus necesidades afuera en sus jardines, a plena vista de la segunda planta de mi casa.
Vivimos en un área residencial donde, por razones de seguridad, tienen que vivir todos los estadounidenses que trabajan en la embajada. Estos criterios de seguridad han causado inadvertidamente una subida de precio de las propiedades en el barrio que ha llegado a ser uno de los más caros del país. Un solar de terreno en la vecindad puede costar hasta US $250,000, una cantidad incomprensible en un país donde la mayoría de la población vive apenas con unos cientos de dólares al año.
Una señal de la prosperidad de un país es la condición de sus calles. Las calles de nuestro barrio y de la mayor parte de la capital están cubiertas de asfalto, lo que es una buena señal. Por el contrario, a la mayoría les hacen falta unas reparaciones significativas, una mala señal. Por ejemplo, justo en frente de la casa tenemos un hoyo bastante peligroso que mide unos cuatro pies de ancho y seis de hondo. Alguien le ha metido la rama muerta de un árbol para servir de advertencia. El hoyo se conecta al sistema de alcantarillado abierto que se encuentra por todas las calles del vecindario. Supongo que sirve un propósito cuando llueve para llevarse el agua, pero ahora está lleno de agua estancada, perfecta para la crianza de mosquitos y de malaria. Por lo que he aprendido de mi esposo de la situación fiscal de Ghana, me imagino que pasaremos los tres años de nuestro tour sin que se rellene ese hoyo. Las oficinas municipales y federales aquí apenas tienen muebles de oficina, teléfonos y computadoras; Ghana obviamente tiene prioridades que no incluyen la reparación del hoyo en la calle en frente de mi casa.
Aparte de la sección comercial del pueblo llamada Osu, hay pocas veredas en Accra. En vez de veredas, en nuestro barrio a ambos lados de las calles hay canales abiertos hechos de concreto, de tres pies de ancho y cuatro de hondo. Sin barreras, avisos de precaución o pintura fluorescente, son bastante peligrosos. El esposo de una colega de mi marido se cayó en una de ellas la misma noche que llegó al país. Estaba paseando con su esposa esa misma tarde por las calles para llegar a conocer el vecindario. ¡Bienvenido a Ghana! O, como dicen acá, ¡Akwaaba!
También peligrosos son los muchos taxis que vuelan como cohetes por las calles buscando clientes, muchas veces alcanzando velocidades de hasta 50 millas por hora en distancias cortas. Los conductores tocan las bocinas furiosamente cuando ven peatones. Yo todavía no sé cuál es el significado de tanto tocar bocina. Será ¡Precaución, manejo como loco escapado del manicomio! O es que quieren preguntar ¡Oye! ¿Te llevo a algún lado? Quizás están diciendo ¡Che, Obruni —extranjero—! ¿Qué haces caminando bajo este sol caliente? ¿No tienen coches todos los blancos?
Como alguien cuya carrera se ha enfocado en trabajar para ayudar a la gente pobre, detesto admitir que haber vivido en los Estados Unidos recientemente me ha ablandado la resistencia que sirve para aislarme emocionalmente de la pobreza extrema. Pero, aún así, el nivel de pobreza en Ghana me resulta chocante. Después de vivir en varios países que se encuentran en el proceso de desarrollo, uno automáticamente compara niveles de pobreza de un lugar con otro: Bosnia con El Salvador, Colombia con la República Dominicana. Con todo lo que he visto, todavía no me puedo imaginar un país que se compare con Ghana.
A diferencia de los otros lugares que he mencionado, aquí no existen barrios sin gente pobre. A unas pocas calles de mi casa hay vecindarios mucho menos prósperos que el nuestro, donde las chozas pequeñas están construidas crudamente con cualquier material que la familia pueda conseguir: pedazos de madera, cartón, sábanas de plástico y hojalata. Con frecuencia veo hombres, mujeres y niños durmiendo encima de bancos de madera o pedazos de cartón debajo de cualquier lugar a la sombra que se encuentre para protegerse del sol de mediodía. En otros países donde he vivido y trabajado, la mayoría de la gente pobre en la capital lleva zapatos. Tienen casas con techos. Pueden encontrar agua limpia si caminan 10 minutos. Muchos tienen algún tipo de cañería o plomería, y al menos un inodoro separado de la casa, encima de un hoyo en la tierra. Pero aquí no. En la capital de Angola en 1996, se veían los restos de los edificios de apartamentos, fábricas, oficinas del gobierno y fincas que existían antes de ser arruinados por la guerra. Ghana parece ser un lugar en el cual ningún colonizador hubiera invertido un centavo; todo lo contrario, parece haber sido un lugar que estuvo sujeto al pillaje. La ciudad capital se está construyendo por primera vez. Como consecuencia, me está tomando más tiempo para llegar a mi punto de basta ya, el punto en que ya no me choca lo que veo; una destreza necesaria para sobrevivir una estadía en un lugar como Ghana con el corazón entero.
Nuestro barrio es un microcosmo del nivel de la desigualdad de riqueza en Ghana. Unos pocos ghaneses y extranjeros, mayormente blancos, viven en un estado relativo de lujo, rodeados por otros que viven, por lo menos en lo que se trata de bienes materiales, no muy diferente a como han vivido por los últimos mil años. Yo estoy sentada en un cuarto con aire acondicionado, en muebles provistos por el gobierno estadounidense, escribiendo en mi computadora suplida por una planta eléctrica que costó $15,000, mientras veo por la ventana a mi pequeño vecino de cinco años en cuclillas en la acequia al lado de su jardín, defecando. La ironía me envuelve. Es la misma sensación que tengo cada vez que me mudo a un lugar de bajo desarrollo económico en el extranjero; que por un accidente de nacimiento, estoy aquí mirando hacia abajo a esta familia, y sintiéndome al mismo tiempo superior a ella. ¿Qué derecho tengo yo de sentirme así? ¿Porqué estoy yo aquí y no en su lugar? Estos pensamientos no me consuelan. No me hacen sentir afortunada; al contrario, tengo un sentido no merecido de superioridad. Me siento a la vez avergonzada y también convencida de que no puedo vivir aquí sin tratar de alguna manera de trabajar para que esto sea un lugar mejor para su gente.
Una amiga mía expatriada me dijo una vez cómo ella justificaba vivir tan avergonzadamente bien en comparación con la población local en un país pobre en el extranjero. Me dijo que su presencia misma proveía un empuje económico. Ella compraba bienes locales, reducía el nivel de desempleo empleando ayuda doméstica, gastaba dólares en una economía que carecía de moneda extranjera, y alquilaba una casa a un precio alto.
—Sólo con vivir aquí estoy ayudando más a este país que viviendo en los Estados Unidos, vendiendo cualquier bobería y enviando cheques a una agencia de ayuda —dijo ella.
No estaba en desacuerdo con ella. Todavía le doy la razón, pero eso no es suficiente para mí. No he vivido en ningún lugar sin trabajar para que se mejorara, incluso en los Estados Unidos. No voy a dejar de hacerlo ahora. No aquí. No podría vivir conmigo misma.


Esto es un capítulo de una memoria en progreso, ahora titulado Cuentos de Ghana.

Traducción del inglés por Amanda M. Fernández, Patricia M. Fernández, y Ricardo R. Fernández.